Hace ya 8 años que vivo en esta zona de la Raya en la que está Bogajo, a medio camino entre 3 comarcas (lo cual significa no ser de ninguna) la de Vitigudino, la del Abadengo y el Campo Charro, cuyas «capitales» son Vitigudino, Lumbrales y La Fuente de San Esteban, ante las cuales Bogajo es una pequeñita localidad con sus cosas buenas y también malas, en el oeste de la provincia de Salamanca.
Hace pues 8 años que Salvador (villaviejense adoptado) me empezó a contar cosas de abejas, que me dejaban con la boca abierta, y con algo de incredulidad al principio.
Él me empezó a llevar a su colmenar y a enseñarme «in situ» lo que me contaba de palabra desde hacía un año, luego decidió regalarme mi primera colmena, para que yo empezara a aprender sola, decidiendo libre y autónomamente qué hacer con ella. Así comencé con mi colmena en la Canaleja, paraje del término de Bogajo.
Poco a poco fui enganchando a mi hermano, al que hice trajinar conmigo los fines se semana y pasar horas mirando cómo iban y venían, lo que traían en cada momento distinto del año, a lo largo del día, descubrimos los primeros abejarucos, aprendimos a tratarlas con sensibilidad, sacamos nuestro primer bote de miel, vimos el propóleo, la construcción de celdas, la puesta, aprendimos a reproducirlas…
Esa primera temporada avanzamos hasta 3 colmenas, la cuarta se nos hizo zanganera.
Al año siguiente decidimos seguir ampliando, comprando más abejas a un apicultor de la zona, otras 10 colmenitas, y trayendo otras 10 de otro apicultor algo más lejano, para mezclar genes.
Aquí empezamos a aprender de verdad, y a darnos cuenta que estas 35 colmenas ya requerían algo más de trabajo.
Paramos y reflexionamos mejor: ¿de verdad queremos seguir con ellas y ampliando? esto está empezando a dejar de ser un hobby. Como es evidente decidimos seguir.
En el año 2007 creamos una empresa muy limitada, Alberto y Eva, con el nombre de Saluberia S.L. con miras a que en este año 2008, él dejara su trabajo en una machacante multinacional de automoción, o ella lo dejaría a él para el arrastre, y venir a vivir con las abejitas a Bogajo. Y en ello estamos.
Nunca jamás nos hemos planteado cantidad, sí calidad. Estamos en un apartado lugar del mundo del que nadie se acuerda más que para venir de visita (y las más de las veces llevarse y expoliar en vez de traer y aportar), así que hay que sacarle partido a eso mismo.
No nos contaminan las fábricas, ni los coches, ni el ruido, tenemos el privilegio de contar con un km2 por habitante, naturaleza «como la de antes», y eso nuestras abejitas lo disfrutan todos los días.
Viven en el paraíso, que si bien es cierto se convierte en un secano extremo durante finales de julio y agosto, las niñas tienen sus bebederos en cada colmenar para hacer más fácil la refrigeración de la colmena, les buscamos emplazamientos con flora de «mantenimiento» para este mes que es el más duro ellas sufran lo menos posible, y procuramos cuidarlas todo lo que sabemos.
Las tratamos con flores de Bach (para que en el principio de primavera se hagan fuertes), con homeopatía preventiva para que los posibles ataques no las pillen desprevenidas, localizamos las redes Hartman y Bovis porque ellas crecen mejor en esos cruces, las alejamos de cultivos extensivos por si a algún «ceporro» todavía en estos tiempos que corren, se le ocurre fumigar con pesticidas.
«Hay que tener una sensibilidad especial hoy en día para tener abejas», me decía Salvador, y qué verdad es.
La varroa, es el principal problema que tienen ahora las colmenas, un bichito que es como una garrapata para nosotros, y que no las deja nacer como debieran de sanas, las debilita y en muchos casos llega a matar a la colmena.
Así que ahora, hay que saber mucho más de biología que cuando nuestros abuelos las tenían para poder endulzar su vida, igual que tenían el huerto para hortalizas y la vaca para leche.
Hay que leer, formarse, asistir a cursos, escuchar a quien pueda saber más que nosotros, y preocuparse por la salud de las abejas.
Así están las cosas en el mundo abejil, por eso nosotros no somos apicultores, no las exprimimos como a un limón y luego tiramos la cáscara, somos apicuidadores, dejamos a la naturaleza que siga su curso, vigilamos y procuramos ayudar, nada más.
A cambio, nuestras niñas nos dan todos los tesoros que saben producir y aunque aquí no sea apreciado todavía, regalamos su labor de polinización a las encinas para que tengan más bellotas, a los huertos para que tengan más productos, a los frutales, y al forraje que tanto preocupa superficialmente (si fuera algo más profundo no estarían las cosas como están) a los habitantes de la zona.
Deja un comentario
Disculpa, debes iniciar sesión para escribir un comentario.